APOCALIPSIS 3000

5-senales-apocalipsis

 

1.2

–           No veas, ha empezado a llover a muerte. – Saludó él con el pelo húmedo, rodeado de un grupo de gente sin consumir, bajo el toldo, a la espera de que escampara para poder salir.

–           ¿Dónde estabais? – Quiso saber Marta.

–           En su coche. – Respondió la amiga. – Nos tenemos que ir.

–           Venga, entonces. Ya mañana nos vemos, ¿no? – Sondeó Fede.

–           Sí. – Y se besaron.

–           Bueno, tú, ha sido un placer conocerte y hablar contigo. – Le dijo la fan de Harry Potter al escritor, que por fin se levantó.

–           El honor y el privilegio ha sido mío. – Y casi le hace una reverencia al estilo clásico. Casi le besa la mano, cuando ella le dio dos amistosos besos en las mejillas. Ellos no hablaron de volver a verse. Los dos estaban seguros de no haberle gustado al otro. Las chicas se fueron, y Alberto encendió otro cigarrillo.

–           Mira que ponerse a llover.

–           Te ha cortado todo el tema, ¿no?

–           Ya ves. Se ha puesto nerviosa…’’que si vámonos, vaya que Marta quiera irse’’…se ha enfriado en cuanto ha visto las primeras gotas. Yo le decía que si llovía de esa forma era mejor quedarse en el coche. Pero nada. ‘’Vámonos, vámonos…’’

–           Jajá, qué mal rollo.

–           Putada gorda, coño.

–           Ya, pero bueno, ¿hay tema o no?

–           Sí, yo creo que sí. Pero es una leona, una vampira. No besa, muerde.

–           Jajá.

–           Increíble, me ha metido un bocado en la lengua que todavía me duele.

–           Jajá…jajá…menuda leona. Se la ve a ella de ese estilo salvaje y brutote. – Y los dos amigos rieron con ganas. Uno fumando y el otro cruzado de brazos mirándose la punta de la lengua. – ¿Qué hacemos, nos vamos? – Preguntó Alberto.

–           Sí, voy a pagar.

Casi se cayó el discapacitado bajo el aguacero en el exiguo tramo desde la puerta del local hasta la del coche. Incluso el brazo, al apoyarse en el techo del vehículo para con el otro abrir la puerta, casi le juega una mala pasada al resbalarse. Casi pierde el equilibrio bajo la imponente lluvia. El joven escritor no estaba preparado para la lluvia, y menos para otras situaciones con algo más de riesgo.

Fede condujo hasta la primera rotonda, situada junto a la estación de cercanías. Allí, los vehículos se agolpaban en un embotellamiento propio de un lunes a primera hora de la mañana en una gran capital. Más allá de dicha rotonda, junto al mercado municipal, un control de policía, con vallas incluidas, prohibía el paso a todo el mundo, con lo que, para llegar al domicilio de Alberto, había que tomar otra dirección. Según comentaban los conductores que optaron por la espera, una tubería de las más grandes había reventado debido al diluvio, que descargaba su ira sobre la ciudad y la avenida era algo así como una cascada. Incluso muchos de ellos tuvieron que dejar su coche abandonado ante el tremendo lago acumulado. Federico no lo dudó, dio la vuelta y giró a la izquierda. En un hueco rodeado de motos y de conductores sin vehículo, como salidos de un partido de fútbol, se detuvo.

–           Es impresionante, ¡qué manera de llover! – Exclamó Alberto.

–           Vamos por la otra, ¿no?

–           No sé qué decirte, eh…esta ciudad no está preparada para esto. Lo más normal es que ésa se inunde también.

–           Pues vámonos a la mazmorra.

–           Vale. Llamaré a mi madre entonces.

La mazmorra, ni siquiera parecida a una de esas tan frecuentes en los videojuegos que tanto le gustaban, no era más que un piso de una sola habitación que el donjuán usaba como ‘’picadero’’.

–           Y tú aquí no tienes nada de comer, ¿no? – Preguntó Alberto, cuando entraban en el ascensor tras salir del garaje y hablar con su madre. – Tengo hambre, tío.

–           Creo que hay un par de pizzas.

–           Joder, acabo de tener un deja vú.

–           ¿Sí? Yo también.

–           Sí, hombre, venga ya.

–           En serio, coño, lo acabo de tener, pero es normal, no es la primera vez que vienes aquí.

–           Vale, pero un deja vú es algo muy personal. Sólo lo tiene uno en un mismo momento. Nunca coincide en el mismo instante con el de otra persona.

–           Eso es lo que tú no sabes.

Entraron en la llamada mazmorra, tercer piso de un bloque de cuatro exento de detalles. Un salón. Un baño. Una cocina minúscula. Y una sola habitación en la que el tamaño de la cama, adecuado para que dos personas se sintieran demasiado cómodas, resultaba desproporcionado al del cuarto. Alberto se sentó en el desgastado sofá de scay, cuando la luz se les fue.

–           Vaya mierda de lluvia. – Masculló en la oscuridad.

–           Pues sin luz no hay cena. Así no se pueden calentar las pizzas. – Alberto encendió un pitillo. Su mejor amigo se asomó a la cristalera que daba al pequeño balcón. – Se ha ido en toda la calle.

–           Lo que yo he dicho, esta ciudad no está preparada para un torrente como éste.

–           Me parece que tengo velas. – Al rato, a la luz de dos velas, montaron una partida de ajedrez. Alberto, de gran apetito, lamentó no haber comprado un bocadillo antes de subir, y hasta dejó de fumar con la esperanza de hacerlo cuando pudiera comer. – Tengo frutos secos.

–           No, vamos a esperar a ver si vuelve y calentamos las pizzas. Daría lo que fuera por una hamburguesa o un bocadillo de jamón. Todo por culpa de las tías. Tenía que haberme quedado en casa. – Fede sonrió.

–           Las tías, qué cachondeo. ¿Qué tal con la gordita?

–           Bien, es simpática, pero creo que no habrá mucho más, los dos remamos en el mismo bote. Yo estoy más por Nati, la de la pastelería, aunque suele perder los papeles. Es rarita.

–           ¿Y eso?

–           Anoche me dijo que está enamorada de cuatro personas a la vez, sin especificar más.

–           Coño, de cuatro.

–           Y luego me soltó la mítica frase ‘’solo te quiero como amigo’’.

–           Esa frase. – Gruñó el más alto.

–           Sí, esa frase. Le confesé lo de la dis-ca-pa-ci-dad, que escribo y tal…y ya al rato, le dije de tomar algún día un café, una cosa normal y me dijo que no, que ella sólo me quiere por internet. Que yo soy único, inteligente, genial, diferente, lo típico, pero sin salir de la ventana del chat.

–           A estas alturas y todavía con ese nivel.

–           Sí. Pero bueno, yo la seguiré manteniendo en la lista. Tengo que encontrar su punto débil, y cuando lo haga, atacaré con todo. Me gusta mucho.

–           Pero primero tienes que quitarte a esos cuatro de en medio. – Añadió Fede.

–           Psss…menuda loca. – Los dos rieron con más entusiasmo cuando en ese segundo volvió la electricidad. Apagaron las velas y Fede, también hambriento, metió las pizzas en el microondas. Las devoraron acompañadas de un par de latas de limonada. – Esto es otra cosa. – Reconoció Alberto, que ahora sí fumaba con ganas.

–           Sigamos. – Y continuaron con el ajedrez. Tres jaques después, Federico decidió acostarse. Era ya medianoche. – Si quieres, duerme en la cama.

–           No, no te preocupes. Ya me conozco este sofá.

–           Te va a doler la espalda otra vez.

–           No pasa nada, tío, por una noche… – El más alto volvió a asomarse al ventanal.

–           Y no para. Nunca había visto llover así. – Alberto hizo una mueca de disgusto como respuesta, encendiendo la televisión. En las noticias de la madrugada se hacían eco del chaparrón que, asombrosamente, cubría toda la península. – Más de uno se va a quedar sin playa esta noche.

–           Pues venga, déjame una manta. Voy al baño.

Cuando volvió al comedor, Fede ya había cerrado la puerta de su habitación. Se descalzó y, vestido, se arrebujó en la manta sobre el sofá. No hacía frío. Era veintitrés de junio, pero la tormenta causaba sensación de desprotección, de frialdad. Con otro pitillo, hizo un poco de zapping: noticias, fútbol en diferido, un documental que mostraba a una cría de cebra malherida y que sería pasto de las hienas, y al final de la enorme serie de canales, ‘’2001, Una odisea del espacio’’. Ahí se detuvo, a pesar de la docena de veces que la había visto. El bueno de Fede ya dormía plácidamente, soñando con su nueva conquista femenina, con Rosa, la mordedora, la pelirroja. Sabía que era algo tosca para él y ni sus gustos musicales, por ejemplo, ni su forma de hablar le agradaban, pero parecía sincera, quizá demasiado, buena persona y seguramente, un animal en la cama, suficiente para desearla a su lado en aquella noche, suficiente para maldecir las circunstancias. Pero era un hombre que sabía esperar, al contrario de quien dormía en el sofá, de su mejor amigo, cuya pasión le hacía ser el peor enemigo de la paciencia. Él estudiaba, analizaba y observaba a la presa, por eso rara vez fallaba en sus conquistas amorosas, pese a no ser el estereotipo de hombre exitoso con las mujeres. Pronto la tendría en esa misma cama. Pronto comprobaría hasta dónde llegaba el apetito de la chica. Los dos dormían al filo de las cuatro de la madrugada tan profundamente, que no notaron el siguiente apagón, que no vieron lo que vendría. La oscuridad se adueñó de la mazmorra y sus vidas cambiaron para siempre.

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