HISTORIA GENERAL DE LAS DROGAS, DE ANTONIO ESCOHOTADO. (Entre el vicio y la adicción)

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Demostración de polimatía en 1.500 páginas.

“Todas las drogas existentes son traicioneras y dañinas ¿Cuál es el remedio? La Prohibición, gritan a coro todos los gobiernos contemporáneos. Pero los resultados de la Prohibición no son alentadores. Lo único que justificaría a la Prohibición sería el éxito. Pero no tiene éxito y, dada la naturaleza de las cosas, tampoco puede tenerlo. La forma de evitar que la gente beba demasiado alcohol, o que se haga adicta a la morfina o la cocaína, consiste en suministrarle un sustituto eficaz pero sano de estos venenos deliciosos y (en el imperfecto mundo actual) necesarios. El hombre que invente dicha sustancia se contará entre los benefactores más insignes de la humanidad sufriente…”

Aldous Huxley. “A treatise on drugs”, 1932

Antonio Escohotado. “Historia general de las drogas”, Espasa.

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Escohotado II, El Psiconauta.

Sí, sí, seguro que alguien ya ha sacado este momento por ahí y, cuando pase por aquí, me acusará de plagio, pero en la, (susurre aquí el elogio más superlativo que quiera), “El padrino”, de Francis Ford Coppola, hay una escena en la que los jefes de las familias se reúnen en un edificio con la bandera estadounidense en la frente, cuidado ahí, porque resulta que Don Vito Corleone, uno de ellos y protagonista de la cinta, tiene a los jueces comiendo de su mano y debe compartirlos. Además, está el asunto de las drogas, un nuevo negocio que, gracias al arcaico malditismo de las sustancias que las componen y su penalización, dotan, como los licores pocos años antes, de extraordinarios beneficios, como si el rey en curso de cualquier terruño perdido prohibiera de repente el cultivo y distribución del trigo y su contrabando aportara más que durante el comercio legal del anterior reinado: “solo una vez he negado yo mi colaboración, -se excusa Corleone-, solo una vez y por qué, porque pensaba que el negocio de las drogas podría destruirnos en pocos años. Porque creo que no es como el juego, el alcohol o la prostitución, diversiones practicadas por la mayoría, aunque estén condenadas por la iglesia…”. Ay, la magia del cine, que logra que un delincuente con corbata cachemir parezca un hombre de una reputación y una conducta intachables. Cuesta imaginar la participación de un personaje tan venerable para la mitología cinéfila, en un negocio tan violento y turbio como el de la prostitución. Vamos, que es difícil verlo dando su visto bueno a los “productos”, entendiendo que el contexto de las épocas y no mancharse las manos, oculta muchas culpas. Tras el recordatorio de Don Barzini, el archienemigo de Vito, de que, después de todo, obviamente, no son comunistas y que, para la buena higiene del capital, hay que pagar por la gentileza del patriarca de la familia Corleone, otro de los cabronazos se levanta y expone que es difícil resistirse a entrar en el negocio de los narcóticos, porque, por una modesta inversión, el fruto se multiplica por diez, y los ojos de los presentes dan miles de vueltas entre símbolos del dólar, pero…eso sí, avisa, con ese tono tan paternalista ligado al capo mafioso mostrado por el cine y la literatura, “caótico de buen corazón” que a tantos magnetiza: “no hay que vendérselo a los niños en las escuelas, eso sería una infamia. Podemos probar a traficar con los negros, como son animales no hay temor a que se condenen…”. (Y ya está)

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San Vito Andolini Corleone, patrón de la mafia siciliana.

La primera impresión en mi memoria de Antonio Escohotado es de una entrevista en televisión siendo yo adolescente, no recuerdo el espacio o la cadena, en la que confesaba, tampoco recuerdo el tema de conversación, haber estado no sé dónde o cuándo colocado o puesto de mescalina. No olvido que su imagen y su voz de golfo veterano e intelectual me marcaron hasta el punto de no olvidar su nombre hasta su más reciente “renacimiento” en internet, donde a través de su canal de Youtube en el que pone sus conferencias y sus entrevistas, se ha convertido en lo más parecido a un gurú, grado que detesta, del saber y la manera de expresar conocimiento no solo de un modo renovado y cercano, no ya despojado de tonos dogmáticos o académicos, sino claro y sin tapujos. Espiral de sabiduría, que no pozo, por ser persona de constante evolución, nace en Madrid en 1941. Hijo del periodista y agregado a la embajada española en Río de Janeiro, ciudad en la que pasa su preadolescencia, Román Escohotado Jiménez y padre del cónsul en República Dominicana y Corea del Sur, Román Escohotado Álvarez de Lorenzana, -vástago recordado por su incansable ayuda en el terremoto de Haití de 2010 y fallecido en el mismo año en Seúl a los cuarenta-, gracias, en principio, a una excedencia, se pasa gran parte de los setenta en Ibiza, junto con su primera mujer, experimentando con un existir ligado a las drogas y al sexo libre, -tela, que diría “El loco de la colina”-, vivencias que relata en “Mi Ibiza privada”, Espasa. Allí, además, casi como templo de la libertad, -aquellos años en los que algunas personas creían haberla descubierto en cierto modo de vida-, idea y funda “Amnesia”, una de las discotecas más conocidas a nivel internacional hoy. Filósofo, sociólogo, profesor, extraordinario intelectual y, más allá de esos enormes conocimientos, poseedor de un talento inigualable para el tratamiento oral y escrito de la palabra, -por experiencia personal, no puedo dejar de reconocer lo extremadamente difícil que es ser un consumado comunicador en ambas formas-, por tráfico de cocaína en grado de tentativa, cumple un año de prisión incomunicada en Cuenca, condena que le sirve para marcarse un “Camina o revienta”, – por la manera de invertir el tiempo que le arrebatan y como contraindicación al sistema que lo encarcela-, del merchero Eleuterio Sánchez y esculpir el que, personalmente, considero como uno de los mejores ensayos jamás escritos en toda la historia. Una obra, obra sociocultural en el más amplio sentido de la graduación, alejada de la frialdad e impersonalidad de una enciclopedia y cercana a creaciones fundamentales del talento humano como “La rebelión de las masas”, “El arte de la guerra”, “El origen de las especies”, “Archipiélago Gulag”, equivalente por el esclarecimiento que comparten, incluso “Guerra y paz” y, por perfección literaria, luego artística, a “Bohemian Rhapsody”, “El jardín de las delicias”, “Ciudadano Kane” o “Lecciones sobre la filosofía de la historia universal” que tanto admira. Tras todas aquellas peripecias y, a pesar de seguir siendo de izquierdas, se aleja del comunismo, -magnético ideal para casi cualquier juventud-, y se hace adicto al conocimiento, transformándose en lo que le gusta llamarse, en un psiconauta.

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El fénix de los conocimientos en sus tiempos mozos.

Al cabo, un entumecimiento general se apoderó de mí. Parecía como si mi cuerpo se disolviera y se volviese transparente. En mi pecho vi claramente el haschisch que había ingerido en forma de una esmeralda que emitía millones de suaves destellos. Mis pestañas crecían sin parar, y como hebras de oro se enrollaban sobre unas pequeñas y ebúrneas ruedas que giraban con deslumbrante rapidez. A mi alrededor manaban y volaban piedras preciosas de todos los colores. En el espacio, flores de todas clases caían sin cesar de un modo que suscitaba la irremediable comparación con las combinaciones de un calidoscopio. En ciertos momentos veía una vez más a mis camaradas, pero estaban alterados; me parecían medio hombres y medio plantas, con el pensativo aspecto de un ibis, irguiéndose sobre un pie de avestruz y moviendo sus alas. Tan extraña me pareció esta visión que sentí convulsiones de risa, cierta hilaridad descabellada e irresistible se apodera de vosotros. Las frases más vulgares, las ideas más simples, adquieren una fisonomía extraña y nueva […] Os reís de vuestra tontería y de vuestra locura; vuestros compañeros se os ríen a la cara y no os enfadáis, porque ya comienza a manifestarse la benevolencia […] El hombre que ha tomado haschisch está dotado, en esta primera fase, de una maravillosa comprensión para lo cómico.

Relato del escritor Théophile Gautier, publicado en La Presse en 1842, y reproducido por J. Moreau de Tours, psiquiatra francés y fundador del Club «Des Hashischins», que inició a Gautier a Nerval, Baudelaire, Delacroix, Dumas, Balzac o Víctor Hugo en el consumo de Dawamesk, un cocimiento de haschisch, en su monografía sobre el haschisch.

Antonio Escohotado. “Historia general de las drogas”, Espasa.

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William Burroughs, autor de «Yonqui», autoenviudó tras disparar a su mujer probablemente ebrio, emulando a Guillermo Tell.

Mi madre, perfil de ciudadana incansable enemiga de las drogas y su tráfico, con otras palabras en su creencia: “rabo del diablo, venenosa espina de un submundo siniestro y peligroso, en las antípodas de la educación y la buena salud de las personas”, cuenta que, siendo niña, llegó a conocer a una tía bisabuela, una mujer nonagenaria que destacaba por tener el dedo meñique de una de sus manos literalmente consumido, en su propia descripción, “como una pasa, como una pavesa”. Dicha deformidad no se debía ni a su vejez ni a una enfermedad, sino al vicio, adquirido desde chiquilla, de morderse el dedo continuamente. Tal costumbre es semejante a morderse las uñas, rascarse la cabeza, mesarse la barba…etc, diversiones, (vicios), no condenadas por la iglesia pero que, como el exceso en el consumo de muchas sustancias, dejan consecuencias cuando se transforman en adicción. El vicio y la adicción difícilmente pueden ser análogos, -como curiosidad, palabra que gusta mucho a Escohotado, hasta 70 veces la usa en su monumento-, son la piscina y un lago. Vicioso y adicto se puede ser a muchas cosas, a las croquetas y al sexo, -por el placer que dotan, ambas diversiones sí que son muy análogas-, a las series de televisión, a la lectura o a los videojuegos, que quizá sean el sospechoso estigmatizado por algunas voces, pero nunca condenado, a pesar de haber causado muchos problemas para quienes caen en su adicción. Adicto se puede ser a escribir filias, fobias, vicios y adicciones. Yo mismo, entre otras cosas, soy un vicioso de la palabra Drácula. Son siete letras. Un nombre. Un personaje. Pero la palabra en sí traza en mí una poderosa sinestesia. La reproduzco en la resonancia de mi interior y “paladeo” el sabor de la sangre humana. La vuelvo a pronunciar y me sube la sicalipsis. Lo hago otra vez y me seducen el misterio, el poder, el dominio. Muy enganchado a ella cada vez que tengo la oportunidad de leerla o escribirla lo que, afortunadamente, es lo mismo. Sin hacer dogma con la impresión personal, -sigue siendo este el blog de un autor libre-, e independientemente de la sustancia o la actividad, un vicio puede ser divertido, una adicción es algo peligroso. El vicioso es tuerto, el adicto es ciego. El vicioso es un brujo, el adicto un paria. El vicioso, incluso cuando le cuesta separar el vicio de sus obligaciones y sus responsabilidades, es feliz y no se oculta, el adicto, generalmente, una persona enferma, es un ser triste que casi siempre se esconde y que hasta llega a confundir los estados de su realidad sobre cuándo está mejor o peor: sobrio o colocado. El vicioso morirá, por su vicio o por cualquier causa, libre. El adicto, si no se vence a sí mismo, morirá siendo un esclavo, también de sí mismo. Y, además, es un mentiroso profesional. Buscar compulsivamente la compañía de la persona que amas o deseas es un vicio. Amar con ceguera a quien está permanentemente ausente en tu vida es una adicción. La esperanza es un vicio que se convertirá fácilmente en adicción si lo apuestas todo a ella, en vez de buscar una solución. La esperanza de la lechera y su cántaro, la esperanza del preso y su libertad, adicción a la que se aferran quienes son adictos a ella, en ocasiones, con el deseo de disfrutar de algún vicio. Hay adictos al poder. Adictos a la disciplina de no convertirse en adicto. Adictos a los sueños.

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José Luis Fernández Eguia, «El pirri», el toxicómano más auténtico de la historia del cine español.

“El cloroformo y el éter son dos de las sustancias más estupefacientes que el hombre haya descubierto; con todo, ninguna ha sido considerada tal en ley alguna. Si las personas dejaron de emplearlas no fue porque careciesen de efectos eufóricos o alguien las condenase, sino porque se podían obtener sin grandes dificultades, pero carecían simultáneamente de estigma y carisma…”

Antonio Escohotado, “Historia general de las drogas”, Espasa.

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Wagner Moura, Andrés Parra, Pablo Emilio Escobar Gaviria, yo qué sé ya.

“Historia general de las drogas” es un libro que se lee con fruición. Es un pico de erudición no adulterada por barrotes morales o dictados políticos, que engancha desde el principio. Se pasan sus hojas con vicio. Hojas que se entrelazan, que se conectan unas con otras en un circuito, no cerrado, que abre los ojos incluso a quien ha vivido siempre como un lego reacio, -no escondo mi, antaño, fuerte adicción al tabaco y mi actual relación con el Yantil, (morfina), para calmar el dolor de mis piernas-, a los mundos que muestra. Una extremadamente satisfactoria adicción con fecha de caducidad. Casi mil quinientas páginas, en su décima edición, con un epílogo buenísimo que hace arte de la redundancia, lo que lo convierte en un trabajo accesible, a pesar de sus medidas y del prejuicio que puede infundir, al igual que la mayor parte de sustancias que describe, pero no falto de sesuda espuma. Es un ensayo con conocimientos sobre medicina, historia, geografía, química, botánica, psicología, economía, política, religión. Es una radiografía de la superstición, en tiempos, diseñada por el poder religioso. Una ecografía del miedo. Una investigación (del) desconocimiento y el prejuicio históricos no ya sobre las drogas, sino sobre pueblos y culturas desconocidas para algunas otras: todos los indios norteamericanos, todos los habitantes del África subsahariana, todos los humanos de ojos rasgados son iguales, luego todas las drogas son iguales. Es la historia del disparate. De la ilegalización-legalización, -esta sí, esta no-, a través de sucesivas reuniones de los países y sus intereses, mayoritariamente económicos, además del ya citado fanatismo religioso, que veía en todos esos potingues tachados de paganos, paganos solo si convenía, un obstáculo para la expansión de su empresa. Negocio, negocio y más negocio. No es un estímulo a la legalización. No es una invitación a la evasión ni una guía de “viajes”. No es un tutorial para drogarte mejor. Ni es un manual de ánimo para el “métete, pero poco”. En mi opinión, una de ellas, es una polímata declaración sobre la mentira, la hipocresía y la libertad. Y, además, en una definición menos azucarada, un análisis del comportamiento humano y su relación con las altamente desconocidas sustancias que lo rodean. Un tributo a la paradoja y a la ironía. Con, entre mucho más, un caleidoscopio de personajes que, sobre todo los menos conocidos, dan para mucha prosa, como la norteamericana heredera Mary Pinchot, amiga, -quizá amante-, de John Fitzgerald Kennedy, al que, muy posiblemente, dio LSD alguna vez. Ken Kesey, estudiante universitario que se ofreció voluntario para los experimentos sobre compuestos psicodélicos que los psiquiatras de un hospital californiano ensayaban para futuros usos terapéuticos y de cuya experiencia nació la novela “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Aldous Huxley, padre de “Un mundo feliz”, mítico intelectual, conocedor en sangre de todo tipo de drogas y muy presente en el libro. El enigmático Ronald Hadley Stark, autor de la mayor operación con LSD de la historia y agente de la CIA. Al Capone, cómo no, y su célebre declaración desde la cárcel: “soy un hombre de negocios, y nada más. Gané dinero satisfaciendo las necesidades de la nación. Si al obrar de ese modo infringí la ley, mis clientes son tan culpables como yo. Todo el país quería aguardiente, y organicé el suministro de aguardiente. En realidad, quisiera saber por qué me llaman enemigo público. Serví los intereses de la comunidad…”. No puedo dejar de imaginar a Robert de Niro soltando eso. Joseph Kennedy, padre de JFK, contrabandista de alcohol durante la Decimoctava Enmienda, antes de ser nombrado embajador de Estados Unidos en el Reino Unido por Delano Roosevelt. El general Phao, máximo responsable de la policía tailandesa que, a cambio de poder estratégico y lealtad política hacia los Estados Unidos, mantenía, en el famoso Triángulo Dorado, un gran negocio con aviones repletos de heroína hacia Saigón, Bangkok, Phnom Pehn. Alberto Sicilia Falcón, anticastrista, inversor en bancos suizos y rusos, infiltrado por la CIA para suministrar armas a las guerrillas anticomunistas y las bandas paramilitares en Centroamérica, por protección para continuar con su narcotráfico dentro del territorio de los Estados Unidos. Los trapicheos y juegos de laboratorio de la misma CIA con múltiples sustancias para realizar unos interrogatorios menos traumáticos, (Proyecto MK Ultra), lo que nos lleva a recordar una de las razones del nazismo para crear sus factorías del exterminio. Y tantos y tantos y tantos datos y argumentos que, por respeto al espacio y al trabajo de Escohotado, no voy a seguir enseñando.

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Solo tú me entiendes…

El lector neófito, pero curioso, se preguntará, como hice yo, por qué ese rechazo histórico a las drogas o de dónde viene esa animadversión hacia unas materias que, como tantas otras o como tantas actividades, pueden provocar una extrema adicción en cualquier persona. El alcohol ha destruido familias enteras. Estructuras familiares absolutamente extinguidas. Y el juego. Y el tabaco. Y, sin embargo, se venden sin problema alguno. Hasta se anuncian con reconocidísimos actores como reclamo: “Juega a póker online, apuesta y gana, pero hazlo con moderación”. Nunca veremos a Coronado en la tele diciendo: “pínchate heroína de la buena, pero con moderación”. “Yo soy enólogo y tengo mi propio viñedo, lo que me convierte en una persona con clase y prestigio”, suena de puta madre, pero jamás sonará igual un: “soy cultivador de coca en mis ratos libres, tengo el jardín lleno”. El currante que acaba su jornada laboral: “cuando salgo de trabajar, siempre me fumo un pitillo y me bebo una cerveza”, y no: “antes de llegar a casa, me meto mi tirito de rica farlopa, porque nada me sienta mejor”. La respuesta al origen de esa llama de repelús nos la da Escohotado en su calidad de sabio y cercano humanista, con numerosas y documentadas pinceladas: “En el mundo antiguo entendían que las drogas son sustancias neutras, que pueden aliviar o matar, tal como las cuerdas pueden servir para no caer o para ahorcarse…”. “En el siglo XVI, en El Cairo, el deber de leer el Corán produjo una terrible epidemia de somnolencia, con lo que se recomendó el consumo de café, anteriormente castigado con la picota…”. “Durante mucho tiempo subsistieron sin grave conflicto el sacerdocio ritualista y la hechicería. Los basileos griegos con los hierofantes de cultos mistéricos. Los pontífices romanos con los mistagogos posteriores. Los confucianos con los santones taoístas y budistas. Los rabinos con los profetas. La guerra sin cuartel estalla cuando alguna casta vinculada a modalidades «primitivas» de comunión, con antecedentes de tipo extático o hechiceril, pretende establecerse como estamento único…”. “Rechazo del Cristianismo a la hechicería y sus «brebajes y sustancias» en tres Concilios: Agde, Orleans y Narbona en el silo VI, «excomulgando a hechiceros, vampiros y a quienes los consulten…”. “Promulgado en el siglo xviii a.C., el artículo 1.0 del Código de Hammurabi dice que «Si un hombre acusa a otro por maleficio de muerte, pero no lo puede probar, será castigado con la muerte». De haber estado vigente una norma pareja durante el Renacimiento, que acontece treinta y tres siglos más tarde, el gran número de brujas y hechiceros quemados en la plaza pública se habría visto reducido de forma drástica, y tanto en Europa como en América habrían sido ejecutados muchos inquisidores, delatores y alguaciles, incapaces por igual de probar realmente la culpabilidad de los acusados. Es manifiesto que la intolerancia religiosa, el prejuicio y el mecanismo de realimentación puesto en marcha con la Cruzada situaron a Europa —cuando estaba naciendo la actitud científica moderna— en un nivel de racionalidad jurídica muy inferior al exhibido por la civilización sumeria…”. Son solo una pequeña muestra de la abrumadora cantidad de información que ofrece el libro. Y yo, mientras leía cada página, no cesaba de imaginar a su creador como un maestro de aquella Grecia tan brillante. No dejaba de pensar en que quizá, (solo quizá), no tendrá acceso al Nobel jamás por escribir tanta verdad. En lo poco reconocido que está. Y en que, cuando desaparezca, ojalá dentro de muchos años, lo que tal injusticia se lamentará. Al acabarlo, dentro de mi admiración, pese a ser un tipo, (yo), que consume hoy sus días bajo muy estrictos cuidados: buena alimentación, nada de fumar, 0% alcohol, natación y que, ni desde la adolescencia, ha visto atractivo ese mundo de experimentación, -nunca me han atraído las comunas o los grupos de seres humanos en los que la droga y el sexo libre eran los necesarios, (sine qua non), reclamos de dicha libertad-, he echado de menos a algunas personalidades de los mundos que presenta, como Pablo Escobar, -su “plata o plomo” jamás habría existido sin la escaparatista e impostora cruzada mundial contra la droga…¿se imagina alguien un mundo sin esa lucha de mentiras e imposición?, casi como intentar imaginar un mundo sin Hacienda-, quizá porque en el momento de escribirlo no existía Netflix, con lo que el colombiano, a pesar de ser ya todo un tótem ligado a la forma de hacer dinero, mucho dinero, gracias a la penalización de los narcóticos, no había subido aún al estatus de leyenda popular, conocido hoy por casi todo el personal; la relación, -esa fiel sociedad nada anónima-, del mundo de la música con las sustancias psicotrópicas que a tantos artistas se ha llevado por delante o, por mi afición al fútbol, -Escohotado tiene bueno hasta su gusto como madridista-, a Maradona, ejemplo práctico de cómo arrastrarse por las patéticas secuelas que deja la adicción, manteniéndose aún para muchos de sus admiradores, análogos o no, como un dios. Tras el epílogo, la edición viene con el apéndice “Fenomenología de las drogas”, en el que nos describe, pormenorizada y exhaustivamente, -como consumidor de todas las drogas que enumera, demuestra que para hablar de leones hay que “bajarse” hasta mucho más al sur “del moro” y no visitar el zoológico más cercano-, todas las conocidas: su clasificación, la dosis letal, etc, encantándome, por mi frikismo y anteriormente conocedor de su consumo por parte de algunos pueblos siberianos, cuando habla, por ejemplo, de la Amanita muscaria. Con todo, siendo un libro de consulta y de muchas relecturas, quizá tenga que actualizarse en el futuro, debido al diseño de nuevas drogas.

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La Amanita muscaria puede encontrarse en casi todos los bosques de «Skyrim».

“De la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país…”

Anónimo contemporáneo.

Antonio Escohotado. “Historia general de las drogas”, Espasa.

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Pasando por el infierno.

Al anónimo autor de ese orgasmo a la libertad, que bien podría haber firmado el mismísimo Escohotado, habría que decirle que el ejecutor de este artículo-homenaje a “Historia general de las drogas” está muy de acuerdo con él, sintiendo una bestial erección en el espíritu nada más leerlo, siendo, como es, (soy), un ferviente defensor de la libertad del individuo por encima de las ataduras éticas, morales, religiosas, políticas o de cualquier índole, pero…ahora bien, a tan hermosa declaración añadiría que su libertad y la de cualquier ser humano acaba donde empieza la de otro ser humano. La libertad de realizar sus acciones un asesino en serie debería ser lícita y, si no lo es, es solo porque dichas actividades tienen como primera consecuencia cesar la existencia de otros seres humanos. Siguiendo con la obra homenajeada y mis sensaciones tras consumirla, el malditismo y los prejuicios importan y no surgen de un día para otro. Se van formando durante siglos, moldeando con ese asesino en serie y, a la vez, hacedor de todo lo conocido que es el Tiempo. Los estigmas, la mala fama importan para todas las direcciones. Dos personas suben a un ascensor. En la primera parada se les une una tercera, que abandona el trayecto en el siguiente piso. Uno de los dos primeros ocupantes enarca las cejas a su primer acompañante y este le insta a que diga lo que se le escapa de la boca, recibiendo como respuesta un comentario, un aviso sobre el tercer viajero. No da ninguna pista. Solo resopla y “be careful”. Ambos llegan a su piso, quedando el receptor de la información más mosca que una rana en un instituto, procurando en adelante evitar subir al ascensor del bloque con el nuevo dueño de la cruz impuesta por el metiche, tenga o no la razón. “Eh, Cordell, por qué no le tira, puede decir que he sido yo…”. Anthony, Sir Anthony Hopkins en “Hannibal”, de Ridley Scott, 2001, cuando con Julianne Moore, la segunda Clarice Starling, en brazos, anima al doctor Cordell, médico y asistente particular del despedazado Mason Verger, a tirar a este a los cerdos para que terminen el trabajo que él comenzó años atrás: “diga que he sido yo y mi mala fama hará que nadie sospeche de usted”, es lo que trata de decirle. El Sambenito, los estigmas, todo importa y está por todas partes. En el yonki McGregor en “Traisnpotting 1” En el hoy oscarizado y aclamado Joaquin Phoenix y su papel en la extraordinaria “Regreso al paraíso”, en la que su personaje se juega la pena capital por una pequeña cantidad de droga en, -aquí el detalle geográfico que Escohotado también nos muestra en su escultura-, Malasia, siendo Países Bajos uno de los polos opuestos en temas de penalización y castigo. Saliendo de mi vicio por el séptimo arte, los perros, por ejemplo, los perros, seres vivos ejemplares por su compañía, su fidelidad, sus labores como guías y en operaciones de salvamento y, también, rastreo de estupefacientes, utilidades ejemplares como las de los buitres o los gusanos y medid la fama de unos y de otros. Se abre el telón y en una habitación hay tres personas, una de ellas es el mismísimo Hitler. En el suelo, el cuerpo sin vida de un miembro del pueblo judío. Hombre, ya de por sí escribir Hitler y judío muerto en una misma oración da para muy funestas sensaciones, él se lo ganó, pero…Si en un supermercado nos encontráramos con un bote con el siguiente mensaje en su etiqueta: “ESTE PRODUCTO PROVOCA CÁNCER Y ENFERMEDADES CORONARIAS GRAVES”, ni siquiera tocaríamos su envase, pero…Y todo está ahí fuera. Todo ese estigma sobre unas cosas y no sobre otras. Es una de las numerosísimas lecturas o lecciones que nos regala Escohotado en su extraordinario estudio. Porque, con la misma curiosidad e impresión que me han llevado hasta su obra, afirmo con rotundidad que no hay peor adicción que la ignorancia y, en su defecto o consecuencia, el mal uso de la información que recibe un ignorante, nocivos comportamientos humanos que pueden curarse con el vicio de una incansable búsqueda de conocimiento.

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Más importante que saber lo que comes es saber lo que cagas.

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