SOLENOIDE, de Cartarescu, algo menos que un ensayo, algo más que una novela.

SOLENOIDE

 

Yo soy escritor por una razón muy sencilla: porque escribo. Pero no soy oficialmente escritor. Y no digo oficialmente por no haber firmado jamás un autógrafo, sino porque no me considero poseedor de las propiedades o estereotipadas características de un escritor, aunque…cualquiera sabe dónde están o si existen de verdad esos definidos perfiles: vida físicamente solitaria y bohemia, esporádicos encuentros literarios, talleres, inherentes notas allá donde me encuentre y qué sé yo más. En realidad, y esto lo he descubierto con Cartarescu, no tengo la mente de un escritor. Incluso me da vergüenza presentarme como tal. Yo solo soy un curioso ávido de conocimiento y de historias al que le encantaría presentarse como director de cine, cosmonauta, explorador, cirujano, emperador, el poderoso jefe de una banda mafiosa o el mismísimo Elon Musk…figúrate. Y solo escribo porque…bueno, ya se sabe por qué. Porque…por ejemplo, para empezar veré mil veces más «El padrino», «La máscara», “Cyborg”…, junto con otros títulos de películas que estoy seguro de que volveré a repetir en días venideros. Sobre mi tercera pasión, los videojuegos…la hipótesis se desmadra: cuántas veces seré capaz de acabar más de una vez un mismo título. De volver a jugar aquellas partidas que tanto me gustaron tiempo atrás. Pero en ninguno de mis años como escritor/lector jamás he leído un mismo libro dos veces. ¿Significa eso que, si soy escritor, soy un escritor al que no le gusta la lectura tanto como el cine o los videojuegos? Y si no es eso, ¿sería capaz, siendo escritor, de escribir una novela dos veces?

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Pues sí, he leído la célebre «Solenoide», (Impedimenta), de Mircea Cartarescu. Y que un neófito con elegidas nociones culturales se atreva a hablar de ella en un blog no exclusivamente literario, escribir, (revelando lo menos posible por si quien lea esto lo use de puente hacia ella), sobre sus 800 páginas es casi como intentar describir uno por uno los granitos de arena de una playa cualquiera. Además, esto no va a ser una crítica, un análisis sobre la técnica o el estilo narrativo del rumano, (con las que solo queda aplaudir), porque insisto, este no es un blog literario, (sí un sitio en el que escribo lo que quiero y como me da la gana), ni voy a decir que por sus páginas encontramos el surrealismo más de carne y hueso que yo haya leído, ni que en ellas vemos a Kafka, lo que es muy cierto porque se huele y es algo que se puede leer en el posfacio de la obra y en cualquier reseña dominical. Personalmente, es una novela que me ha sobrepasado. Por lo que dice, lo que en algunos momentos me ha costado entender y por cómo lo dice, más que nada porque lo que ese rumano hace con las palabras es único. Y no es una opinión de admirador. Por supuesto que no es el mejor libro que he leído en mi vida, ni espero que lo sea, y me gustan más muchos otros autores. Pero creo que no volveré a dar con algo igual. Ni mejor ni peor, sino igual. Es un libro tan lleno de recovecos, aristas, matices, distintas sensaciones y flecos, que no se puede recomendar a la ligera. No esperes leer una historia propiamente dicha. Ni siquiera la obra que se jacta de estar lejos de las historias propiamente dichas. Es algo mucho más que eso y mucho menos que eso. Es, simplemente, una sucesión de palabras convertidas en frases. De frases desarrolladas en párrafos sobre páginas y páginas como otro libro cualquiera, pero diferente. Y de ella pretendo dar una pequeña opinión muy personal y escribir un “montaje del director” con las consecuencias de su lectura sobre mí.

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Como escribía, soy escritor solo porque escribo…ni más ni menos. Se puede pensar que lo soy porque intenté y puede que vuelva a intentar, llegar a aquella meta soñada en la adolescencia, tras el solitario placer y los primeros humos de un par de hurtados pitillos, cuando, en la oscuridad, con cara de bobo narcotizado con mis propios delirios de grandeza, me veía firmando ejemplares en una gran superficie con espacio suficiente para la literatura, antes de darle a mi chófer el nombre del restaurante en el que, hipócritamente, compartiría sabores con un reducido grupo de popes de la pluma como yo. Y es que todo esto me viene desde que en una de las páginas de “Solenoide”, el protagonista y la mujer que tiene a su lado debaten sobre qué salvarían en un incendio: a un bebé que en el futuro será Hitler o a una obra de arte. Cartarescu, a través de su trasunto en la novela, asegura que el artista profesional salva la obra de arte, el que no lo es…al bebé. Y claro, yo entregaría mi pluma por cualquier vida humana, ergo no lo soy. Y es que por mucho que algunos piensen o sospechen, -Terenci Moix solía decir que los escritores actuales buscan ser antes Creso, rey de Lidia, famoso por su inmensa riqueza, que Cervantes-, que escribir, intentar publicar se intenta solo por dinero, es un error. Moix, del que aún no he leído nada, estaba equivocado. Estoy seguro de que, si a cualquier novel literario le ofrecieran una fortuna inimaginable y garantizada de por vida o, por abreviar, tanta pasta, que no necesite suma alguna para tener lo que desee, sea lo que sea, a cambio de no escribir nunca más ni una letra, diría no, gracias. ¿Dejaría un violinista su violín para siempre por dinero? Otro debate es el ansia de reconocimiento, de fama, de celebridad. De poder. Este artículo no me aportará nada económicamente, al contrario, estoy perdiendo dinero escribiéndolo: fluido eléctrico. Y mi tiempo. Y seguro que no tendrá más de tres o cuatro visitas, si las tiene. Pero…siempre queda hueco para la esperanza en forma de un editor aburrido, perdido en la red y sin temor a perder dinero conmigo. Entonces, si el mismísimo Cartarescu o el protagonista de su libro en su casa con forma de barco, sobre la enorme bobina que le da título, me preguntase qué salvaría, diría que el niño y que pondría todas mis palabras por evitar que se convirtiese en el führer. Y si me preguntara qué soy, le respondería: “querido Mircea, solo soy una diva masculina que habla de sí misma hasta para hablar de tu magia literaria. Un cineasta frustrado que intenta expresarse, crear narrativa como medio de locomoción más accesible a sus particulares circunstancias”. Y para no quedar como un sempiterno quejica ante un figura como él, añadiría a mi admirado Robert Graves con su manoseada cita: “mi verdadera vocación es la poesía, escribo novelas para ganarme la vida”. Oh, cuántas veces he llegado a citar esa hermosa confesión, sobre todo ante mis posibles conquistas con la intención de desviar su atención y dar a creer que soy un Cartarescu en potencia, otro mago de las palabras. Y, en la mirada de las chicas ante dicha máxima, uno aventuraba si era una persona merecedora de mi compañía, alguien de fiar. Si conocía a Graves y, por lo menos, a su “Yo, Claudio”, a por todas…y si no, pues solo para follar. En fin.

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El gran Mircea Cartarescu nació en 1956 en Bucarest, capital que en “Solenoide” llega a definir como “la ciudad más triste que se haya erigido jamás sobre la faz de la tierra”, orgásmica sentencia que ha despertado en mí unas enormes ganas de visitarla algún día. Y es indudable que, al ser reconocido como el más importante poeta rumano de los 80, sus historias, especialmente ella, están impregnadas de poesía. En esta, entre sueños y más sueños sobre un diario o sobre el que quizá sea el monólogo literario más grande de la historia de la literatura, podemos leer muchos versos. Pero yo, romo en asuntos de la lírica, de sus creaciones me quedo con su prosa, sobre todo con su relato “El ruletista”, uno de los mejores relatos que he leído en mi vida sobre “el hombre más desafortunado del mundo”, el cual consiguió que me atreviera a adquirir “Solenoide”, la más célebre novela de un autor que suele confesar que él nunca planea o proyecta sus obras. Que…simplemente, se limita a escribir y, supongo, “lo que salga, salió”, vamos, igual que cagar. Si es mentira, este rumano es un fantasma como la copa de un pino. Pero…si es verdad y tras acabar el libro, tengo que decir que el tipo es un maldito genio. De modo que, para la presente, se sentó, se puso a teclear libremente y salió eso, la “historia” de un señor que es él en su juventud, en sus años de estudiante y luego como profesor de rumano en esa Bucarest de los ochenta. Una capital bajo una de las más férreas dictaduras de nuestro tiempo, la de Ceaucescu y las fugaces apariciones de la Securitate, (policía secreta del régimen). Una Bucarest que, quizá por ese yugo dictatorial, describe, -repito con gusto-, hasta tres veces como “la ciudad más triste que se haya erigido jamás sobre la faz de la tierra”.

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“Solenoide” es, entre cientos de cosas más, un ensayo urbanístico y social de la capital de Rumanía de aquella época. De sus calles. De sus avenidas. De sus arrabales. De sus tranvías, con ese truculento “Museo del tranvía” y sus pies seccionados por las puertas del vagón como obras para el gusto del visitante. Un ensayo con magistrales conexiones que a los ignorantes nos da a conocer a personajes como Boole, matemático decimonónico casado con una sobrina de George Everest, el geógrafo por el que conocemos a la montaña más alta del mundo. A Charles Hinton, yerno de Boole, con su teseracto, término que él mismo inventó y que un amante del cine de ciencia ficción como yo no puede evitar asociar cómodamente con “Interstellar”, de Nolan, -ya se cita en el posfacio-. A Nicolae Minovici y sus suicidas experimentos. A Tesla. Y a una sucesión de personajes de ficción de lo más variopintos, como una esposa con la que compone un matrimonio extremadamente preocupante. El oscuro vigilante de un sanatorio infantil. Una secta, “los piquetistas” que, también cómodamente, asocio con el “Remanente culpable”, ese mudo grupo de personas vestidas de blanco de la espectacular serie “The leftovers” basada en la novela de Tom Perrotta que aún no he leído. Hasta el sillón de una consulta dental haciendo las veces de puerta “extradimensional”. Y, sobre todo, un minucioso informe sobre los sarcoptos, ácaros que producen sarna y jorobados, muchos jorobados, elementos que yo, por mi gran escoliosis y sin hacerme el ofendidito, no puedo desviar, más que nada por la plasmación, el contexto que Cartarescu ubica en la novela de dicho defecto físico.

No me cuesta reconocer que, en algunos tramos, “Solenoide” no me ha aburrido, pero sí que casi me tumba. Páginas en las que, a medida que iba leyendo me decía: “lo siento, pero yo no doy para más, no soy tan inteligente, me rindo, no puedo acabarla, no puedo pertenecer a ese selecto club de lectores de esto que no tiene ni pies ni cabeza, quiero leer una historia normal, joder, que yo no soy escritor, que solo era un plumaje seductor y embaucador, que yo soy más de leer tebeos de “Mortadelo y Filemón”, la dejo, pero ya”. Y no podía. No puedo explicar por qué, pero no podía dejarla y no por vanidad…ni rancio orgullo por acabarla, sino porque algo en esas páginas me fascinaba poco a poco, como un grifo mal cerrado. He ahí la genialidad de este rumano y su escritura. He ahí que podría crearse un museo con su imaginación. Y aquí, con esa placentera turbación, me digo que…sabiendo que me han quedado cosas por entender, puede que en el futuro sea la primera novela que vuelva a leer. El primer libro que suspenda, provisionalmente, mi variada voracidad bibliófila. Porque el hecho de ver una misma película 175 veces o jugar al mismo videojuego una y otra vez no demuestra que sea un escritor más cinéfilo o jugador que lector. Sencillamente significa que en el mundo de los libros…siempre hay un libro al lado de otro libro. Y siempre queda ese libro por leer.

 

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